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lenta, pero firme, clara y neta. Nadie comprendió su discurso; pero las mujeres estaban encantadas con aquel hombre pálido que decía cosas chuscas.
—Es mi bien amado—decía Luba con orgullo-—. Se quedará aquí conmigo. Era honrado, tiene camaradas; pero se quedará conmigo.
—¡Puede reemplazar aquí a nuestro criado Markuscha!—dijo la gorda borracha.
—¡Cállate, Manka, o te sacudo una bofetada!—gritó Luba—. Se quedará conmigo. Y, sin embargo, era honrado.
—Todas fuimos honradas una vez—dijo la vieja de perfil de pájaro.
Y las otras se pusieron a gritar:
—¡Y yo fui honrada hasta los cuatro años!
—¡Y yo he sido honrada hasta ahora!
Luba lloraba casi de rabia.
—¡Callaos, montón de canallas! A vosotras se os ha tomado vuestro honor, mientras que él lo ha sacrificado él mismo, de buen grado. Sí, ha renunciado voluntariamente a su honor; no ha querido más ser honrado. Vosotras sois unas sucias prostitutas, y él, él es todavía inocente como un bebé...
Luba se echó a llorar; las otras, borrachas, rieron a carcajadas hasta llenárseles los ojos de lágrimas; al reír se caían unas contra las otras, se retorcían, no podían sostenerse en las sillas. Era una risa loca, como si todos los diablos del infierno se hubieran reunido en aquella pequeña habitación para asistir a los funerales de aquel pobre