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llo casi sin hoja, se puso de pie, preguntándole en tono fuerte :

—¿Y á usted qué se le ofrece?

—Señor—balbuceó A despertar?

manda?

el otro,—lo venía á despertar.

¿con cuchillo? ¿Quién lo —El juez de paz, señor.

Don Benito?

Oh! no, señor; don Benito murió hace tiempo.

—¿Cómo, hace tiempo?

—Sí, señor; unos diez años.

& Diez años?

—Sí, señor. Dicen que usted estaba dormido ya hacía más de veinte años.

—¿Qué dice?

—Así dice la gente, señor; yo no sé, porque hace poco que he venido á estos pagos.

Don Aristóbulo trataba de recobrarse; creía estar soñando aún, y lo que veía alrededor suyo no era para menos el ombú tan crecido, era yuyal que lo había invadido todo, hasta tapar casi la vista del rancho.

Sin decir palabra enderezó para las casas, lo que aprovechó el bandido para escabullirse. Don Aristóbulo, bien despierto ya, tuvo que cortar bastantes yuyos con el cuchillo para entrar, y recuperó poco á poco la memoria del pasado; era un recuerdo suave, amortiguado, tierno, pero sin dolor, como si hubieran pasado efectivamente algunos años desde el triste acontecimiento.

Admirado de todo lo que veía y presentía quiso llamar al compañero que le había mandado el juez de paz, por sospechoso que fuera, y rogarle le trajera un caballo, pero vió que se había ido; y como en este