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te contra Celedonio, quisieron recuperar lo perdido y también robarle lo que llevaba.

Le ganaron la delantera, y cuando Celedonio y su mujer estaban ya por llegar a su casa, los dos forajidos, cuchillo en mano, les atajaron el paso. Celedonio era guapo y no vaciló; al primero le atracó un tajo que, antes que hubiera podido detener la mano, lo cortó al gaucho en dos medias reses per— fectas que cayeron á ambos lados del mancarrón, y de un revés le quitó al otro la parte superior de la cabeza, con el sombrero encima, dejándole el cráneo como caja destapada, y dejándolos tendidos en el campo, fué á explicar á las autoridades cómo había sido la cosa. No sólo lo dejaron en libertad, sino que lo felicitaron, y desde entonces, no tuvieron más, Celedonio y Sinforosa, que dejarse vivir, bendiciendo al forastero generoso que les había dado el medio de ganarse tan bien la vida.

Cuentan que uno de sus sucesores, un haragán que heredó la piedra, pero no la supo utilizar para nada, la perdió en el campo y nunca la pudo hallar.

Puede ser que alguno la encuentre, pues hasta hoy queda perdida.