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nes y escrito para él, en letras tan grandes. Pero los progresos que así hacía fueron tan rápidos, que pronto lo conchabó un estanciero rico de la vecindad.

Sucedió que un gran temporal hizo mucha mixtura de haciendas, y que el patrón de Natalito salió él mismo á los apartes, llevando consigo á varios peones y á él de peón de mano.

El muchacho, por supuesto, no podía competir con los hombres para el lazo, ni para el trabajo material de apartar, y sólo ayudåba á parar rodeo.

Pero como los animales no habían todavía pelechado y la mixtura era grande, era muy difícil conocer las marcas, y el más gaucho á cada rato vacilaba. De la orilla del rodeo, Natalito, sin que se lo preguntaran, varias veces les gritó á los hombres si el animal que estaban revisando era ó no del patrón, y siempre acertaba; tanto que á éste le llamó la atención y que lo llamó:

—Vení, tuerto—le dijo, ya que tienes tan buen ojo, ayúdanos á apartar.

Natalito entró en el rodeo y pronto vieron que para él no había pelo de invierno, ni animal mal quemado; conocía en el acto la marca más indescifrable, como si estuviera pintada en papel blanco por el mejor dibujante, y bastaba que algún ternero orejano lo mirase de cierto modo para que adivinara que también había que apartarlo.

Todos quedaron admirados, y el patrón, encantado con su peoncito, pensaba:

—No tiene más que un ojo este muchacho, pero en él tiene una fortuna.

Y mientras así pensaba, Natalito miraba en los ojos de su patrón como por ventanas abiertas y leía en ellos mucha simpatía para él y, al mismo tiem-