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—Mil quinientas ochenta y dos.

—¿Todos de la marca?

—No, señor; hay ocho ajenos, de cuatro marcas distintas.

Y nombró á los dueños.

El patrón, reservando sus dudas, siguió:

—¿Cuántas vacas de vientre hay aquí mías?

—Señor—contestó sin turbarse Natalito;—son setecientas veinticuatro, entre vacas y vaquillonas.

E interrumpiendo al patrón que iba á hacerle más preguntas, agregó:

—Además, hay veinte toros, doscientos veinte novillos de tres años, doscientos sesenta toritos y novillos nuevos y trescientos cincuenta terneros del año. Puede usted contar; verá.

El estanciero creyó que era farsa, pero contó la hacienda y resultó cierto; y le preguntó entonces á Natalito:

—Dime, ¿cómo están los novillos de tres años?

El muchacho clavó la vista en algunos y dijo:

—Empiezan apenas á criar sebo, señor.

Y de repente quedó como sorprendido y exclamó:

—¡Patrón!¡se le van á enfermar muchos animales!

—¿En qué lo conoces?—preguntó asustado el otro.

—Es que veo correr y trabajar en la sangre de muchas vacas un hervidero de bichitos, de microbios, como dicen; y será bueno que usted no se descuide.

El patrón, alarmado, hizo venir en seguida un veterinario, y con vacunar toda la hacienda la salvó de una terrible epidemia de carbuncio que poco después azotó la comarca.