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Otro, un borracho perdido, quien por su vicio iba sumiendo en la más profunda miseria á su numerosa familia, saltó de alegría al encontrar en un huevo un gran porrón de ginebra; y se chupó un trago tan largo que quedó dormido allí, no más, entre los pies de su flete. Pero, al despertar, se encontró con un gusto tan especial en la boca, que, para toda la vida, se le fueron las ganas de tomar y volvió á trabajar como hombre bueno que al fin era, y á prosperar.

También contaron de un huevo de avestruz hallado por un jugador empedernido y tramposo como él solo, y que contenía un juego de barajas.

No quiso el hombre perder tiempo y se fué á la pulpería á probar la suerte. Se encontró justamente allí con un infeliz que no tenía más que un pequeño rodeo y mucha familia, y pensó que le iba á ganar, robando, las vaquitas.

— El otro, que no era jugador de profesión, pero no se negaba á hacer de vez en cuando un partido, aceptó el desafío y empezaron á jugar; pero cuanto más quería trampear el de los naipes de Churri, más perdía, y tanto perdió que pudo su contrario comprar otro pequeño rodeo de vacas para mantener á su mucha familia.

Aunque no dejase la gente de saber que no siempre salían los huevos del avestruz al paladar del que los encontraba, no faltaba quien los buscara; y un gaucho muy peleador habiendo un día encontrado uno, se lo llevó hasta una pulpería donde había carreras. Allí, lo enseñó á la gente reunida y anunció en voz alta que delante de todos lo iba á romper.

La curiosidad era intensa. ¿Qué iba á salir? En manos de semejante matón, quizá un facón con el cual los degollaría á todos. Muchos fueron los que con