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El modo con que se le hablaba no dejaba lugar á réplica, y el joven entregó el huevo al verdugo de sus amores, volviéndose triste y cabizbajo hacia el palenque.

— Mientras tanto, apurado, entraba el padre en su casa, y con el cuchillo, de un solo golpe, partía en dos la cáscara del huevo. Y saltó en la mesa, ágil y bizarro, el gauchito, hijo y mandadero de Churri.

Antes que hubiera podido el hombre volver de su sorpresa, le ordenó en tono perentorio que llamase á Esteban, y como pareciera vacilar, le repitió:

—¡Llámelo!

Corrió esta vez á la puerta el padre de Edelmira y llamó á Esteban que demoraba la salida cuanto podía, cinchando y componiendo el recado.

Dejó cincha y badejas y se vino ligerito. Le hizo entrar el suegro de sus sueños en la pieza, y el gauchito con aire severo, dijo al dueño de casa :

—Churri, el Avestruz, mi padre, manda que usted, bajo ningún pretexto, se oponga al casamiento de su hija Edelmira con el joven Esteban, porque se quieren y que esto basta. Y cuidadito, señor mío, con desobedecer á Churri, el Avestruz.

No había con quien discutir, pues ya no quedaba más que la cáscara rota del huevo, y el casamiento se hizo en seguida, y toda clase de prosperidades acompañaron á la joven pareja.

Más que nunca, cuando supieron esto, siguieron todos buscando huevos; pero eran escasos. Hablaron, es cierto, de un hacendado de poco capital, pero muy empeñoso y muy progresista, que al romper el huevo que había encontrado, vió salir un toro como ni pidiéndolo á Inglaterra lo hubiera conseguido, y que fué para él toda una fortuna.