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EL HOMBRE DEL FACON

Había una vez en la Pampa, al sur, cuando todavía la población, por aquellos pagos, era escasa y la civilización poco adelantada, un gaucho muy malo, que debía muchas muertes y que era el terror de toda la comarca.

Siempre llevaba en la cintura un larguísimo facón, de cabo de plata y de hoja de acero, cortante como navaja y puntiaguda como ajuga de coser; y contaban todos que con él había vertido la sangre de un sinnúmero de seres humanos, gauchos y extranjeros, policianos ó trabajadores, sin que nunca hubiera todavía encontrado al hombre que le hiciera frente, si no con valor, por lo menos con suerte.

Aun peleando en son de juego, muchas veces, sin pensar, se le había ido la mano, y en medio de la inocente distracción, acostumbrada entonces entre los gauchos, de sacarse con destreza unas pocas gotas de sangre de algún tajo leve en el brazo ó en el rostro, de repente había hundido entre las costillas el facón hasta la ese, matando sin remedio al que sólo había querido marcar.

Nadie sabía cuál era su nombre de pila, pero todos creían que no lo tenía, por parecer imposible que ningún santo, ni entre los de más humilde ralea, hubiera permitido que llevase el suyo semejante criminal; y todos, sin averiguar tampoco por su nombre de familia, le llamaban «el hombre del facón.» Y el hombre del facón era temido todas partes de tal modo, que bastaba su aparición en alguna pulpería ó en alguna carrera, para que muy pronto