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se disolviera la reunión, escurriéndose despacio cada uno para su casa, deseoso de rehuir las peleas y bochinches, inevitables donde él estaba, y que casi siempre acababan por un velorio.

No siempre se podían ir todos; pues, apenas entrado, convidaba á los presentes, y desgraciado del que se negase á aceptar; ya empezaba él á mover los ojos de terrible modo, amenazando, chocando, insultando y tomando copas y más copas, hasta que sacaba á relucir el facón, desafiando á algún infeliz que pronto le servía de pretexto para «desgraciarse» una vez más, y cuya muerte, aunque fuera sin combate, aumentaba en algo su prestigio de matón.

Su fama de gaucho malo era tal, que cuando algún niño hacía alguna picardía ó lloraba muy fuerte, bastaba que la madre, enojada, gritase:

¡Ya viene el hombre del facón !—para que se callara ó disparara el muchacho, temblando de susto.

Y Manuelito, lo mismo que los demás chicos, y también que muchos grandes, tenía, sin haberlo visto jamás, un miedo cerval al hombre del facón.

Una tarde que estaba cuidando en el campo la majada, vió venir derechito á él, saliendo de la pulpería, á un gaucho que, por las señas—pues llevaba á la cintura un gran facón,—adivinó que debía ser el hombre famoso aquél. De buenas ganas hubiera abandonado la majada, á pesar de las recomendaciones paternas, por estar ella en plena parición, pero no pudo; quedó como paralizado por el terror. Y el hombre del facón se venía acercando, muy despacio, por suerte.

El muchacho lo estaba mirando de lejos, con los ojos redondos de miedo, creyendo llegada su última hora, cuando de repente se vió rodeado por los ge-