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Y la señal, de horqueta en una oreja y muesca de atrás en la otra, confirmaba la propiedad.

Quedó don Cirilo caviloso, tratando de acordarse en qué circunstancias podría haberlo perdido, y sobre todo, de adivinar por qué casualidad podía haber vuelto á la querencia un buey de esa edad, que seguramente faltaba del rodeo desde ternero. No pudo hallar solución y quedó con la pesadilla; pesadilla, al fin, fácil de sobrellevar.

Y siguió ocupándose de lo que tenía que hacer en el rodeo, es decir, de «agarrar carnes, lo que para don Cirilo, significaba carnear alguna res bien gorda, vaca, vaquillona ó novillo, poco importaba, con tal que no fuera de su marca. Y como los campos todavía no estaban en ninguna parte alambrados, nunca dejaban de ofrecerse al lazo animales de la vecindad.

Echó pronto los puntos á una vaquillona gorda, en la cual ya, dos ó tres veces, se había fijado, y desprendiendo el lazo—pues le gustaba operar él mismo,—la anduvo apurando con un peón para que saliera del rodeo. Ya estaban en la orilla, cuando la vaquillona, dándose vuelta de repente, se vino á arrimar al buey corneta que, lo más pacíficamente, estaba allí, rumiendo y mirando con sus grandes ojos indiferentes y plácidos.

Al dar vuelta para seguirla, el caballo de don Cirilo resbaló y pegó una costalada tan rápida, que, si no hubiera sido éste buen jinete, sale seguramente apretado.

Volvió á montar y á perseguir; pero sólo fué después de unas chambonadas, como nunca le había sucedido hacerlas, que logró enlazarla; y ya se iba acercando el capataz para degollarla, cuando reventó el lazo, haciendo bambolear el caballo, mientras que la 1