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En el fondo de la bolsa encontró ella una galleta, por suerte, y partiéndola, dió una mitad á Gabino y se comió la otra, diciendo despacio :

—Toma, pavo. Llénate con esto y cuidado con atorarte. Si quedas con hambre, bien tienes la culpa, por dejar que cualquiera de afuera te venga á aprovechar de semejante modo.

Don Gabino se reía. Mascaba, indiferente, la galleta que le había dado su mujer y, agarrando de un estante pegado á la pared una botella, la vació en un vaso que alcanzó á llenar y que tendió al forastero, diciéndole :

—Tome, amigo; todavía alcanza para un trago ese poco carlón que queda. Tómelo para completar la fiesta, y dispense la pobreza. La familia es poca; por esto, la olla es tan chica; otra vez que venga, llegue más temprano y haremos lo posible para tratarlo mejor.

—Déjese de cumplimientos, amigo—contestó el viejo. — He cenado muy bien. Con poco me contento.

—Si será sinvergüenza ese viejo cachafaz—dijo entre dientes Quintina.

Don Gabino se sonreía; le había hecho gracia la voracidad ingenua del viejo. No habría comido desde varios días el pobre. Y, al fin, ¡ gran cosa! pasarlo sin cenar, una noche, por casualidad. ¡Cuántas veces le había sucedido ya antes!

Y viendo que el viejo, después de tomar unos mates y de fumar un cigarro, bostezaba como para desengancharse las mandíbulas, le ofreció tenderle cama en la cocina, lo cual aceptó el huésped, con la misma sencillez con que había comido toda la cena. Gabino fué á desensillarle el caballo, atando á éste con