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mate, buscó la yerba y encargándole al viejo que cebara, se fué al corral á carnear un capón, el mejorcito que pudiera encontrar.

Cuando volvió, trayendo una paleta y algunas achuras para hacer un churrasco, el viejo que seguía tomando mate, le dijo:

—Pues, amigo, usted se fué y me dejó sin pitar.

—Es cierto contestó Gabino,—dispense.

Y, sacando la tabaquera y el papel, se lo dió todo al forastero, quien, después de prender un cigarro, siguió haciendo más y más cigarrillos, hasta acabar con todo el tabaco, y se los guardó todos en el bolsillo de la pechera. Gabino lo miraba con cierta admiración bondadosa, lo que viendo el viejo le tendió un cigarro, diciéndole :

—Fume, amigo; no haga cumplimientos.

Doña Quintina se levantó un poco más tarde, y se quiso volver loca, al ver al maldito viejo aquél, bien instalado en el fogón, comiendo, devorando, más bien dicho, toda la carne traída por Gabino, después de haber acabado con la yerba y con el tabaco, lo mismo que con la galleta y el vino, el día anterior.

Después de limpiarse las manos con el trapo, el forastero dejó entender que no le haría mal un trago de ginebra; pero no había en la casa, pues don Gabino no era aficionado á la bebida, y, sin insistir, se levantó el otro y declaró que ya se iba á marchar.

Quintina no pudo reprimir un suspiro de satisfacción, al oirlo, y hasta se asegura que dijo, como entre sí, pero no bastante para que el huésped no se volviera hacia ella, mirándola con cierto aire socarrón á la vez y severo:

—¡Anda al diablo, lombriz!