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Lavó la olla, le echó agua, la puso en el fuego y fué al alero á sacar carne. Cortó un cuarto del capón y, en pedazos, lo metió en la olla.

Mientras tanto, andaba Gabino buscando el tabaco para armar un cigarro; pero no quedaba más que el papel de estraza en que había sido envuelto.

Se acordó que don Francisco se lo había llevado todo y se contentó con decir, sonriéndose :

—¡Qué don Francisco éste !

Y, al momento, vió con asombro que el papel de estraza, que tenía en la mano, se había llenado, ¡ cosa extraña! del mismo tabaco que acostumbraba fumar. Se le pusieron redondos los ojos, y, llamando á su mujer, le enseñó el atado. La mujer se quedó admirada, por supuesto; pero sin dar, por tan poco, su brazo á torcer, dijo:

—Bueno, pero te falta papel.

—Cierto—contestó el hombre.—¿Qué hago?

—Pídeselo á don Francisco—le contestó, medio turbada, para ver.

Y, sin vacilar, don Gabino llamó :

—Don Francisco, mande papel, pues, hombre.

Y mirando el atado que siempre tenía en la mano, vió, encima, un cuaderno de papel de fumar que parecía salir de la pulpería.

Quedaron, esta vez, atónitos ambos y no se atrevían á decir una palabra, temerosos de que tamaña brujería les resultase fatal. En silencio y sin querer acordarse de que también se les había acabado la yerba, se sentaron á comer.

Cuando ya estaba Quintina sirviendo el puchero, entró una de las criaturas y pidió una galleta.

—¡ Caramba !—dijo el padre;—galleta, no hay;