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LAS BOTAS DE POTRO

Una gran tropa de yeguas que marchaba para el saladero había pasado la noche cerca del puesto; y el puestero había agasajado lo mejor posible en su pobre rancho al capataz y á sus hombres. Por eso, el día siguiente, en momentos de poner otra vez en movimiento el arreo, el capataz había regalado á Agapito, hijo de su huésped, un lindo potrillo de pocos días, destinado, de todos modos, á quedar guacho, ya' que pronto la madre iba á ser sacrificada.

Agapito se quería morir de alegría y de orgullo. Era toda una felicidad para el muchacho tener un potrillo de él, y lo cuidó con todo esmero, privándose, muchas veces, de su escasa ración de leche para dársela. El potrillo lo seguía á todas partes; dormía en la misma puerta del rancho, y lo acompañaba trotando, cuando iba á repuntar la majada.

Pero con el invierno, faltó la leche, y el pobre animalito se empezó á atrasar. El frío acabó de aniquilarlo, y en pocos días, á pesar de los cuidados de Agapito, se debilitó y languideció de tal modo que pronto no hubo remedio...

Desconsolado, asistía el niño á los últimos momentos de su compañero querido, arrodillado cerca de él y sosteniéndole la cabeza, cuando oyó que el potrillo le decía:

—De mi cuero sacarás un par de botas, y mien-