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nía leche; y las ovejas, que parecían interesarse de veras por la chica, pues habían quedado paradas cerca del palenque, amontonadas y mirando al grupo, como si estuviesen esperando la decisión de la patrona, sólo cuando vieron que ésta se la llevaba, poco a poco se fueron retirando para el campo, extendiéndose de nuevo á comer.

La señora de Antonio mandó á uno de sus hijos que fuera á traer una de las lecheras, aunque bien supiese que poca ó ninguna leche tenían, pero algo debía hacer para conservar la vida de la criatura; y no fué poca su admiración al ver que la vaca que le traían, generalmente mañera y de poca leche, se venía sola al palenque para que la atasen, con la ubre tan hinchada que parecía que pidiese que la ordeñasen. Sin necesitar siquiera hacer mamar el ternero, la señora, en un momento, llenó un balde de leche espumosa y gorda, y soltó la vaca todavía á medio ordenar.

No dejó esto de llamarle mucho la atención y se lo contó á Antonio cuando volvió éste del campo; y él, á su vez, le hizo acordar cómo las ovejas le habían hecho encontrar á la chica, cómo lo habían acompañado cuando la traía, y cómo sólo se habían retirado después de haber visto que quedaba bien atendida su protegida. Y al pensar en la singular y tétrica figura del enlutado jinete que parecía habérsela confiado, quedaron ambos muy pensativos.

El caso no era para menos. ¿De dónde podía venir esa chica? Después de repasar en la mente á cuanta vecina había por allí, bien tenían que confesar que no podía ser del pago. ¿La habrían, entonces, traído de muy lejos? Esto, sí, probablemente. ¿O