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sería más bien—insinuó Antonio,—algún peligroso regalo de quién sabe quién?

No dejaban de tener al respecto sus dudas, ¡ocurren tantas cosas que uno no sabe!

Lo cierto es que por fea, negra y contrahecha que fuera la niña, lo de las ovejas siguiéndola y lo de la leche manando con inesperada abundancia, se la habían hecho ya simpática, á tal punto, que, sea porque se acostumbraran á verla, sea porque realmente así fuera, les parecía disminuir su fealdad á medida que se iba criando.

Y también á medida que se iba criando la Guachita, como habían dado todos en llamarla, parecía desarrollarse más y más la extraordinaria facultad de que parecía dotada de acrecentar, á su paso, hasta la exuberancia, la producción de los bienos de la tierra.

Para asegurar su amamantamiento, las pocas lecheras de Antonio parecían haberse concertado, y la cantidad de leche que producían era tal, que tuvo el ya afortunado puestero que conchabar á varios peones que no hacían otra cosa que ordeñar, ordeñar y ordeñar. La venta de la leche se volvió todo un asunto y pronto tuvo que organizar una cremería y una fábrica de quesos que tal resultado le dieron, que pronto desapareció el desaliento de antaño para dar lugar á las más risueñas esperanzas de fortuna.

Mientras tanto, crecía la Guachita. Empezaba á caminar, á correr por todas partes, á interesarse en todo lo que la rodeaba, y fea como era, parecía ejercer sobre los seres invencible atracción, comunicándoles, en cambio, lo mismo que á las plantas, milagrosa fecundidad. Bastaba que apareciese en el patio para que las gallinas y sus pollos viniesen corrien-