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EL PONCHO DE VICU ÑA Un gaucho muy viejo y muy pobre, viendo aproximarse el fin de sus días, llamó á sus tres hijos y les dijo:

—Me queda poco tiempo que vivir; como no tengo más que ese poncho de vicuña que sea de algún valor, quiero que pertenezca después de mi muerte al que lo haya sabido utilizar mejor. Saldrán ustedes por turno, llevándoselo; irán lo más lejos que puedan por el campo, y después de una semana justita cada uno, volverán y me contarán en detalle lo que hayan hecho.

Jacinto, el mayor, hombre ya de treinta años, un perdido que se había pasado toda la vida matrereando por todas partes, salió, al día siguiente, á las tres de la tarde, con caballo de tiro, el poncho de vicuña terciado en el brazo y rumbeó al poniente.

No se daba muy buena cuenta de lo que había querido decir el viejo al hablar de «utilizar» la manta de vicuña, pero poco costaba probar y, como por otra parte, la manta era de precio, y con ella puesta era fácil darse corte, iba con la idea de lucirse en algunas reuniones, hasta acabar los pesitos que llevaba, y después volver á casa.

Siendo el día muy templado, no se puso el poncho sino á la oración, cuando empezó á refrescar, y