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poco después llegaba á un rancho donde pensaba pedir licencia para hacer noche. Llamó al palenque ; contestó una voz y salió á la puerta una mujer. El gaucho le pidió permiso para desensillar, y como esperaba la contestación para apearse, vió que la mujer, asombrada, primero, espantada después, temblando se dirigía hacia su marido, ocupado en el patio en componer un apero. Vino éste, miró hacia el palenque, y con un gesto de fastidio, exclamó :

—Pero mujer zonza, ¡ si no hay nadie!

—¿Cómo nadie?—dijo entonces en voz alta Jacinto.

Y al oirle empezó también & temblar el marido, teniendo fuerza apenas para preguntar:

—Quién habla?

El gaucho, sospechando que algo pasaba que no se podía explicar les dijo:

—Pero, ¿no me ven ustedes?—y la contestación, después de corta vacilación, fué la disparada rápida del matrimonio, y su desaparición en el rancho cuya puerta se cerró con estrépito.

Quedó Jacinto vacilando por largo rato; y quitándose el poncho para cerciorarse de lo que sospechaba, llamó otra vez. La puerta del rancho se entreabrió despacio, y con el susto todavía pintado en la cara, le dió el dueño de casa las buenas tardes. Jacinto, sin bajarse, le pidió un jarro de agua, y mientras se lo iba á buscar el otro, rápidamente se volvió á poner el poncho. En este mismo momento, el puestero, siempre desconfiando, se daba vuelta para mirarlo, y seguramente vió algo estupendo, pues tiró el jarro al suelo y el balde en el pozo, y de un salto se encerró y se atrancó en el rancho.

Jacinto se alejó, sabiendo ya que el poncho de