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SUERTE PELIGROSA

Estaban sentadas la madre y la hija muy cerca del fogón, por el frío que hacía, tomando mate, después de cenar, cuando tras largo y ya molesto silencio, la muchacha se decidió á soltar el secreto que le quemaba el pecho, y resueltamente dijo á la vieja:

—Quiero casarme con Demetrio.

La madre la miró, y meneando la cabeza, contestó:

—¿Quién sabe si querrá él?

—Haga usted, pues, que quiera, madre—dijo la muchacha.

—Trataré, hija; pero va á ser trabajoso, porque seguramente se va á entrometer don Prudencio; y bien sabes que mi poder ante el suyo cede.

La vieja, una china fiera, toda desgreñada y harapienta, tenía fama de ser, como tantas otras en la Pampa, aficionada á brujear y de saber, con ciertas yerbas, grasas y otros elementos, componer filtros inspiradores de amores imprevistos ó de odios repentinos. Su hija, sin ser bonita—de semejante madre hubiera sido difícil, tenía ese atractivo de la juventud que, muchas veces, basta para imponerse á los corazones desprevenidos, y á pesar de su pobreza, soñaba casarse con Demetrio, de quien se había enamorado locamente.

Era éste un joven estanciero, buen muchacho y bastante rico, trabajador, asimismo, y muy dedicado á sus quehaceres. Había heredado la estancia de sus