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bruja, y después de aconsejarle de asistir con su potrillo á las carreras del domingo, se despidió.

¿Por qué sería que desde ese momento Demetrio ya no pensó en otra cosa que en correr carreras? Se acostaba pensando en carreras; soñaba con carreras, y se despertaba acordándose sólo de las carreras, y, todo el día, en ellas pensaba.

Fué, por supuesto, á la reunión del domingo, é hizo correr el potrillo; y no pudo menos que entusiasmarse más y más con el animal, pues cada carrera para él era un triunfo. Triunfos explicables para quien hubiera podido ver á la bruja sentada en ancas del corredor y castigando, como puede en semejante caso castigar una bruja.

Difícil es á un hombre, en una reunión, ganar en las carreras sin arriesgar después algunos pesitos á la taba ó al choclón; y así le sucedió á Demetrio, y también es difícil, muy difícil, que el que juega no se apasione, y no quiera, si gana, ganar más, y si pierde, recuperar lo perdido. Menos que cualquier otro podía Demetrio, sugestionado sin saberlo por la bruja y su yerno, esquivar el tropezón, y se volvió ese día, en pocas horas, jugador empedernido.

Es que también ese día fué todo de gloria para él: no sólo ganó todas las carreras con su potrillo, sino que la taba con que jugó parecía cargada y que como marcados le salieron los naipes con que probó la suerte. Si hubiese perdido, quizá se salva, pero ganó sin cesar y la pasión del juego de tal modo se apoderó de él, que desde entonces pudo cantar victoria la bruja vengativa: había dado con la tecla.

La mujer de Demetrio extrañó mucho, el día siguiente, ver que su marido, tan asiduo siempre en sus trabajos, no se ocupaba más que de su potrillo,