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der inspirar con seguridad á su yerno la audacia del desafío final, darle la irresistible suerte momentánea que necesitaba y hacer á la vez á Demetrio presa de la obcecación indispensable para que arriesgara en un minuto de locura toda su fortuna.

Pero sucedió que el día anterior al que para librar la gran batalla había ella fijado, se encontró Demetrio en la pulpería con un forastero muy jugador, al parecer, pues se conocía que andaba tanteando á todos los á quienes suponía susceptibles de arriesgar algo á cualquier juego que fuera. Y generalmente perdía el hombre; parecía tan chambón como vicioso, y como también se conocía que tenía pesos y ganas de perderlos, Demetrio poco se hizo de rogar para iniciar un partido.

Empezaron por jugar á los naipes y Demetrio ganó, al principio; y á medida que se empeñaba el contrario en recuperar lo perdido, se entusiasmaba él para ganar más, tan bien que, sin pensar, aceptó paradas cada vez más fuertes y que, de golpe, en cuatro ó cinco jugadas desgraciadas, no sólo volvió á perderlo todo, sino que quedó sin un peso y con su palabra empeñada por cantidades que nunca hubiera podido realizar sino vendiendo toda su hacienda y parte del campo.

Febril, desesperado y subyugado, á la vez, por la mirada tan irónicamente fría del forastero jugador, aceptó la oferta que éste le hizo de desquitarse con él con un tiro de taba, jugando lo que de su estancia le quedaba por lo que ya le debía.

Tiró primero el forastero, pero nada sacó; tiró Demetrio, y casi, casi cayó suerte; volvió á tirar el otro y ganó.