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sa; la tranquera que busca está allí enfrente. Pronto la va á encontrar. Pero, puede descansar un rato, si gusta, tomar unos mates, comer un churrasco, ya que le fué tan mal...

—Por chambón habrá sido, señor—dijo el gaucho; habré dejado sin verla la tranquera que usted dice, y como voy medio de prisa, le pediré permiso para seguir viaje.

—A su gusto, amigo, á su gusto; usted es dueño. Vaya no más.

Y Celedonio, dando las gracias, sin haberse atrevido, quién sabe por qué, á aceptar la hospitalidad ofrecida, fué á juntarse con la tropilla. La encontró cerca de una lagunita; habían comido bien los animales y habían tomado agua; mudó caballo, volvió á prenderle el cencerro á la yegua y enderezó hacia el alambrado en la dirección indicada por el viejo.

Galopaba, arreando con ahinco los animales, deseoso de salir cuanto antes de ese cerco en que se había metido, y postergando el desayuno hasta mejor oportunidad.

Galopó, y galopó hasta cansar el flete que había ensillado. Agarró otro y siguió galopando, y las horas pasaban el rocío se había secado, las sombras se iban achicando, el sol se hacía ardiente, y el hambre molesta, y no veía Celedonio por delante alambrado ninguno ni tranquera.

Dejó resollar la tropilla, tomó agua en un charco, pues no se veía población alguna, fumó, para engañar el hambre, unos cuantos cigarros que le quedaban, y, después de dormir la siesta volvió á ensillar, pero sin ganas ya, pues andaba perdido, sin saber qué pensar y medio enojado con ese viejo que le hablaba de tranquera cuando no había siquiera alam-