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gente que dijera que pronto se iba á fundir don Eufemio con tanta generosidad, pero, al fin y al cabo, él era dueño. Los que así hablaban eran, en general, los que teniendo pocas ganas de empuñar la mansera del arado, pensaban en retirarse más afuera, donde todavía por un tiempo, iban á quedar holgados los hombres gauchos y los avestruces; y tanto más les parecía que se iba á fundir don Eufemio, cuanto que á ellos, con su tino habitual, les había cortado ya la libreta, diciéndoles que pensaba liquidar.

Y efectivamente liquidó don Eufemio, y del modo más inesperado que dar se puede. Un día, cuando ya estaba asegurada la primera cosecha, y que gracias a su ayuda, se podrían considerar ricos los vagos de antaño que habían querido trabajar, amaneció el Médano de los leones sin boliche ni nada que pudiera hacer acordar que allí hubiera existido nunca una casa de negocio.

—Habrá quebrado y se ha fugado—dijeron los vagos que ya aprontaban las tropillas para mandarse mudar á otros pagos.

—Habría venido sólo á abrirnos el buen camino —dijeron los otros, los laboriosos.

Y acordándose éstos de todo lo que para ellos había hecho don Eufemio, conservaron hacia él un profundo sentimiento de tierna gratitud.

Siempre esperaban, por lo demás, que vendría, algún día, á cobrar lo que se le debía y no había uno solo que no tuviera lista, en algún rincón, la cantidad que, ese día, le tocaría pagar.

Pues, señor, nunca vino don Eufemio á cobrar, nunca, jamás, dando así prueba suprema de haber sido un pulpero modelo.