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pastizal mixturado de trébol de olor y cola de zorro, de altamisa y de gramilla. Ciriaco, sin perder un día, fué en busca de la familia, y trajo á la vez sus escasos animales, los cuatro trastos y algunos tirantes.

Eligió un sitio alto, paró el toldo y se encontró como un rey. No habiendo vecinos, abundaba el campo, y su pequeña majada y sus pocas vacas prosperaron tanto que, en muy pocos años, tenía hacienda para poblar mucho más que el sobrante.

Pero no hay felicidad que dure toda la vida. A medida que los dueños iban ocupando sus campos, hacían desalojar las familias en ellos establecidas; y cuando se supo que el campo donde había poblado Ciriaco era del Estado, muchos pensaron que, lo mismo que él, bien podían establecerse allí. Cada cual busca su alivio; y como nunca falta gente para aprovechar lo que no es de nadie, y que Ciriaco no tenía títulos, pronto hubiera podido haber doscientos ranchos en las doscientas hectáreas.

Varios intrusos habían instalado ya sus toldos, y como no tenían en qué caerse muertos, no había duda que pronto se iban á mantener de la haciendita de Ciriaco, lo que muy poca gracia le hacía, cuando le aconsejó su mujer que fuese á contar el caso á un tío que ella tenía, bastante distante de allí, y que, según aseguraba, era muy diablo para ciertas cosas. No decía que fuese brujo, ni había motivo para que nadie pensara semejante cosa; pero tenía á su disposición de esto no cabía duda— medios insólitos y muy particulares de manejar á la gente y de hacerla hacer lo que él quería, á las buenas ó á las malas.

Salió Ciriaco en busca del tío; y después de mucho galopar, dió con él.

El viejo lo recibió muy bien, se enteró del asun-