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que no dejaba de sorprender algo á los demás pobladores; y empezaban todos á pensar que habían tenido poca suerte en venir á meterse en lo que realmente parecía la loma del Diablo.

Algunos se fueron á otra parte, sin pedir más; otros porfiaron, pero se seguían de tal modo las plagas, que cada día iba renunciando alguno.

Como no volvían los que habían salido á campear, el carrito acabó por emprender la marcha del fetorno en busca de ellos, seguido por la majada, mermada, flaca, sarnosa y manca.

La mayor parte de los ranchos ya quedaban taperas, y después de una epidemia que mató casi todas las haciendas de los pobladores que todavía quedaban en el sobrante, acabaron por irse las últimas familias.

Ciriaco bendecía las estaquitas; volvía á prosperar lo mismo que antes, y más que nunca, parecía realmente dueño único del campo.

Y no dejaba, sin embargo, acordándose de lo que él mismo había sufrido, de tenerles también alguna lástima á estos pobres criollos, condenados á vagar siempre con sus familias, sin poder conseguir, en tanta inmensidad de campo, algún pequeño lote en propiedad, que para ellos hubiera sido la quieta felicidad del pan asegurado, y para el país la verdadera base del progreso y de la riqueza.

Otras pruebas, por lo demás, le iban á hacer para quitarle el sobrante; y no ya pequeños pobretes y buscavidas perseguidos por la insaciable rapacidad de los grandes propietarios, sino algunos de éstos mismos que, porque tienen mucho, quieren tenerlo todo.

Después de los chimangos, el gavilán.

Primero fueron dos de los linderos. Cada uno de