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De los compañeros, habían vuelto algunos sobre sus pasos, en busca de la hacienda perdida, mientras que los otros se ocupaban en apartar la majada mixturada.

Ciriaco ya no renegaba; gozaba, y le decía la mujer :

—No ves si serán buenas las estaquitas de mi tío.

¡Si nunca ha salido chiflado el viejo con sus cosas !

Con todo, era muy incómodo cuidar los intereses en medio de tanta población; había que estar siempre pastoreando las ovejas para evitar mixturas, á pesar de aprovechar lo más posible los campos linderos, aun apenas poblados, y Ciriaco pensaba que si algo era que no pudiese entrar más gente en el sobrante, mejor hubiera sido ver también salir de una vez á los que en él estaban.

—Paciencia — le decía su mujer, — que así ha de ser.

Pasaron algunos días; el matrero de la tropilla extraviada, no había vuelto; los que habían ido á traer otra vez la yeguada, tampoco; los del carro allí estaban, esperando no se sabe bien qué, y los que cuidaban la majada no la dejaban ni un rato, temiendo otro entrevero. Empezó entonces á llover y llovió tanto, que todos los bajos se anegaron, quedando inundados los ranchos, menos el de Ciriaco, el único que estuviese en una loma.

Después de la lluvia nacieron en los charcos tantos mosquitos y gegenes que empezó á hacerse imposible la vida en el sobrante; las haciendas disparaban de noche y se mandaban mudar, ó se quedaban rodeadas y sin comer, enflaqueciendo que daba lástima. Por una casualidad singular, no había más que las de Ciriaco que parecían indemnes de todo aquello, lo