La había visto durante dos horas, y le bastaba.
No dudaba que la mayor parte de estos habitantes que había podido ver, estarían mucho más dichosos y vivirían mucho mejor, si se fueran al campo, al aire libre, á cultivar la tierra, á sembrar, á ver brotar, crecer, florecer y madurar, las plantas que mantienen al hombre ó engordan los animales.
Y volvió á montar el petizo, exclamando:
—Mirá, petizo, lleváme á donde yo pueda ser realmente feliz.
En el mismo momento, se encontró, sin extrañarlo de ninguna manera, en el palenque de la casa paterna y quiso, agradecido, desensillar el petizo; pero el petizo overo, regalo de Mandinga, había desaparecido. Había cumplido su misión: su pequeño amo tenía diez años y poseía lo bastante para vivir con holgura entre los suyos, en el lugar donde había nacido.