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tenía, sin que nadie supiera de dónde, ni cómo, la traviesa virtud de taparse al oir la menor mentira.

Aunque no fuera esta peculiaridad un secreto para nadie, en la casa, más de una vez, en momentos de descuido, había sido fuente de chascos muy graciosos, cuando no irreparables; y era un peligro constante, en la misma familia, para los que algo que ocultar. Pero también era una defensa contra los de afuera, cuando venía alguno con tapujos para cualquier cosa..tenían Don Toribio, con el mate en la mano, se levantó de su sillón de hamaca, al ver pasar por el patio el capataz, y lo llamó.

—Hiciste dar agua á la hacienda esta mañana ?

—le preguntó.

—Sí, patrón—contestó el capataz;—ha tomado bien.

Y fué todo uno decir esto el capataz y tapársele la bombilla á don Toribio, de tal modo, que no le quedó la menor duda de que fuera mentira.

—Ensílleme el zaino—dijo en seguida.—Y cuando volvió del jagüel, donde se pudo dar cuenta de que no se había tirado agua para las vacas, arregló las cuentas al capataz y lo despachó con toda frescura.

Era nuevo ese capataz en la estancia é ignoraba todavía lo de la bombilla, pues, de otro modo, no se hubiera atrevido á mentir con semejante desfachatez.

Verdad es que el mismo don Toribio tampoco estaba exento de dejarse pillar, pues, á veces, su señora, como quien no quiere la cosa, cebándole mate á su vuelta del campo, le preguntaba, con cariñosa zalamería, por dónde había andado; y cuando contestaba él, con gesto desenvuelto y fingiendo des-