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Plutarco.—Las vidas paralelas.

suyos, llenos de pesar, corrieron á dar parte á Lúculo rogándole que los condujese y que los formase para balalla.

Mas él, queriendo hacerles ver de cuánta importancia es en medio de los combates y de los peligros la vista y la presencia de un general prudente, dándoles órden de que esperaran sin moverse, bajó á la llanura, y puesto ante los primeros que huian, les mandó detenerse y volver con él.

Obedeciéronle y deteniéndose asimismo é incorporándoseles los demas, con muy poco trabajo rechazaron á los enemigos, persiguiéndolos hasta su campamento. A la vuelta impuso Lúculo á los fugitivos el afrentoso castigo establecido por ley, haciéndoles cabar con las túnicas descenidas un foso de doce piés á la vista y presencia de todos sus camaradas.

Habia en el ejército de Mitridates un hombre de grande autoridad llamado Oltaco, perteneciente á la nacion bárbara de los Dándaros, una de las que habitan junto á la laguna Meotis. Era este Oitaco excelente para todo lo que en la guerra pide valor y determinacion; prudente y avisado en los negocios arduos, y además afable y complaciente en su trato. Como tuviese, pues, competencia y emulacion de privanza con otro de su misma gente, ofreció á Mitridates un servicio señalado, cual era el de dar muerte á Lúculo. Aplaudióle el Rey, y como de intento le diese algunos motivos de fingido enojo y desabrimiento, partió para el campo de los Romanos, donde fué de Lúculo benignamente recibido, porque habia de él grande noticia en el ejército, y haciéndose lugar casi desde su llegada en el ánimo de aquél con su diligencia y su esmero, contínuamente lo tenía á su mesa y se valia de su consejo. Cuando le pareció al Dándaro que ya era llegada la ocasion, mandó á sus asistentes que le sacaran el caballo fuera del campamento, y él, siendo la hora del medio dia en que los soldados descansaban y hacían siesta, se dirigió á la tienda del general, bien persuadido de que nadie estorbaria el paso á