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Plutarco.—Las vidas paralelas.

Leramente aseguradas; y lo que encontraron fué que ni de sí mismo era dueño, mofado y escarnecido por los soldados. Llegaron éstos á tal extremo de insolencia, que al espirar el estío tomaron las armas, y desenvainando las espadas provocaban á unos enemigos que por ninguna parte se presentaban, hallándose muy escarmentados. Moviendo, pues, grande algazara y batiéndose con sus sombras, se salieron del campamento, protestando que habian cumplido el tiempo por el que á Lúculo habian ofrecido quedarse. A los otros los enviaba á llamar Pompeyo, porque ya habia sido nombrado general para la guerra de Mitridates y Tigranes, por aficion del pueblo hácia él, y por adulacion y lisonja de los demagogos: miéntras que el Senado y los buenos ciudadanos veian la injusticia que se hacía á Lúculo dándole sucesor, no de la guerra, sino del triunfo, y obligándoscle á dejar y ceder á otros, no el mando, sino el prez de la victoria.

Pues áun parecia esta situacion más injusta á los que allí presenciaban los sucesos, porque no era Lúculo dueño del premio y del castigo como es preciso en la guerra, ni permitia Pompeyo que ninguno pasase á verle, ó que se estuviese á lo que disponia y determinaba con los diez enviados, sino que lo daba por nulo, publicando edictos y haciéndose temible por sus mayores fuerzas. Creyeron sin embargo conveniente sus amigos el que tuviesen una conferencía; y habiéndose juntado en una aldea de la Galacia, se hablaron con agrado el uno al otro, y se dieron el parabien de sus respectivas victorias. Era Lúculo de más edad; pero era mayor la dignidad de Pompeyo, por haber tenido más mandos y por sus dos triunfos. Las fasces que á uno y á otro precedian estaban enramadas con laurel por sus victorias; pero habiendo sido muy larga la marcha de Pompeyo por lugares faltos de agua y de humedad, al ver los lictores de Lúculo que el laurel de aquellas fasces estaba secoalargaron con muy buena voluntad á los otros del suyo, .