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MARCO CRASO.

dolos a que no perdieran la esperanza de una salud que tenian tan cerca; pero viendo que todavía se le oponian, y que blandiendo las armas le amenazaban, por miedo hubo de partir, sin decir más que estas palabras: «Vosotros, Octavio, Petronio y todos los caudillos romanos que estais presentes, sois testigos de la necesidad de esta partida, y sabeis por qué cosas tan violentas y afrentosas se me hace pasar; mas con todo, si llegaís á salvaros, decid ante todos los hombres que Craso pereció engañado de los enemigos, no entregado á la muerte por sus ciudadanos.» No pudo contenerse Octavio, sino que bajó del collado con Craso; quien despidió á los lictores que tambien le seguian. De los bárbaros, los primeros que salieron á recibirle fueron dos Griegos mestizos, que le hicieron acatamiento, apeándose de los caballos; y saludándole en lengua griega, le propusieron que enviara personas que vieran cómo Surena y los que traia consigo venian sin armas de ninguna especie; mas Craso les respondió que si tuviera en algo la vida, no habria venido á ponerse en sus manos. Con todo, envió á dos hermanos llamados Roscios, á informarse de cuántos eran los que venian y con qué objeto. Surena al punto les echó mano y los detuvo, siguiendo á caballo con los principales de los suyos; y «¿cómo es esto, gritó, un emperador de los Romanos viene á pié y nosotros montados?» mandando que sin dilacion le trajesen un caballo. Contestándole Craso que ni uno ni otro faltaban, concurriendo cada uno segun la costumbre de su patria, dijo entonces Surena que ya estaba hecho el tratado y la paz entre el rey Hirodes y los Romanos, pero que babian de escribirse las condiciones, llegando para ello hasta el rio; «porque vosotros los Romanos, dije, no soleis acordaros de los convenios;» y le alargó la mano, Mandó entónces Craso que le trajeran un caballo, á lo que repuso: «No es menester, porque el rey te da este;» y al mismo tiempo le presentaron un caballo con jaez de oro, en el que co-