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Plutarco.—Las vidas paralelas.

ciones como el pasado, sino más bien de intrepidez y osadía, en las que antes no habia confiado, pero a las que únicamente debió ahora el haber alejado el peligro, sacándole á Epaminondas la ciudad de entre las manos, erigiendo un trofeo, y haciendo ver á los jóvenes y á las mujeres unos Lacedemonios que pagaban á la patria los cuidados y desvelos de su educacion. Entre los primeros á un Arquidamo, que combatia con el mayor ardimiento, y que pronto, por el valor de su ánimo y por la agilidad de su cuerpo, volaba por las calles á los puntos donde se hallaba más empeñada la pelea, oponiendo por todas partes con unos pocos la mayor resistencia á los enemigos; y á un Isadas, hijo de Febidas, que no sólo para los ciudadanos, sino áun para los enemigos fué un espectáculo agradable y digno de admiracion; porque era de bella persona y de gran estatura, y en cuanto á edad se hallaba en aquella en que florecen más los mocitos, que es cuando hacen tránsito á contarse entre los hombres. Este, pues, desnudo de toda arma defensiva y de toda ropa, ungido con abundante aceite, salió de su casa, llevando en la una mano la lanza y en la otra la espada, y abriéndose paso por entre los que combatian, se metió en medio de los enemigos, hiriendo y derribando á cuantos encontraba, sin que de nadie hubiese sido ofendido; ó porque algun Dios le protegiese, ó porque hubiese parecido más que hombre á los enemigos. Por esta hazaña se dice que los Eforos primero le coronaron, y luego le impusieron una multa de mil dracmas, en castigo de haberse atrevido á salir á batalla sin las armas defensivas.

Al cabo de pocos dias tuvieron otra batalla junto á Mantinea; y cuando Epaminondas llevaba ya de vencida á los primeros, y áun acosaba y seguia el alcance, el espartano Anticrates pudo acercársele, y le hirió de un bote de lanza, segun lo reflere Dioscorides: aunque los Lacedemonios llaman todavía Macarenos en el día de hoy á los descendien-