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POMPEYO.

En consecuencia de esto mudaron los vestidos como en un duelo: y Marcelo, marchando desde la plaza á verse con Pompeyo, á donde te siguió el Senado, puesto ante aquél:

«te mando, le dijo, ¡oh Pompeyo! que defiendas la patria, empleando las tropas que se hallan reunidas y levantando otras. Y lo mismo le dijo Leutulo, otro de los cónsules designados para el año siguiente. Empezó Pompeyo á entender en esta última operacion; pero unos no obedecian, algunos pocos se reunieron lentamente y de mala gana, y los más clamaban por la disolucion del ejército, porque leyó Antonio ante el pueblo contra la voluntad del Senado una carta de César, que contenia una especie de apelacion obsequiosa á la muchedumbre. Proponia en ella que dimitiendo ambos sus provincias, y licenciando las tropas, quedaran á disposicion de la República, dando razon de su administracion; pero Lentulo, ya cónsul, no reunia el Senado; y Ciceron, que acababa de llegar de la Cilicia, trató de una transaccion, por la cual César, saliendo de la Galia y dejando todas las demas tropas, esperaria en el Ilirio con dos legiones el consulado. Como todavía lo repugnase Pompeyo, aun se recabó de los amigos de César que no fuese más que una legion; pero opúsose Lentulo, y gritando Caton que Pompeyo lo erraba y se dejaba otra vez engañar, la transaccion no tuvo efecto.

Corrió en esto la voz de que César, habiéndose apo rado de Ariminio, ciudad populosa de la Italia, venía contra Roma con todo su ejército; pero esta noticia era falsa, porque hacía su marcha con solos trescientos caballos y cinco mil infantes, no habiendo tenido por conveniente aguardar á las demas tropas que estaban del otro lado de los Alpes, con la mira de acometer á los contrarios cuando estuviesen perturbados y desprevenidos, sin darles tiempo para que se apercibieran á la pelea. Habiendo, pues, llegado al rio Rubicon, que era el límite de su provincia, se paró pensativo, y estuvo por algun tiempo meditando lo atrevido