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Plutarco.—Las vidas paralelas.

dumbre cada uno pensó sólo en sí mismo; pero unos cuan tos Romanos, lo mejor entre ellos, y algunos Griegos que se hallaron presentes fuera de la batalla, al ver que se acercaba el momento terrible, se pusieron á meditar sobre el trance á que la codicia y ambicion habian traido á la república. Armas de un mismo orígen, ejércitos entre sí hermanos, las mismas insignias, y el valor y poder de una misma ciudad, iban á chocar consigo mismos, demostrando cuán ciega y loca es la condicion humana en sus pasiones: porque si querían mandar y gozar tranquilamente de lo adquirido, la mayor y más apreciable parte del mar y de la tierra les estaba sujeta; y si todavía tenian ansia y sed de trofeos y triunfos, podian saciarla en las guerras Párticas y Germánicas. Quedaba además ancho campo á sus hazañas en la Escitia y en la India, pudiéndoles servir de pretexto el dar civilizacion á naciones bárbaras. Porque ¿qué caballería de los Escilas, qué saetas de los Partos, ó qué riquezas de los Indios sorian bastantes á contener å setenta mil Romanos que acometieran armados estas regiones al mando de Pompeyo y de César, cuyos nombres habian llegado á sus oidos ántes que supieran que babia Romanos? ¡lantas, tan varias y feroces eran las naciones hasta donde habian penetrado victoriosos! Y entonces se habian buscado para hacerse uno á otro la guerra, sin que sirviera para contenerlos ni el celo de su propia gloria, por la que se habian olvidado hasta de la compasion que debian tener á la patria, habiéndose apellidado invictos hasta aquel dia. Porque el deudo ántes contraido, las gracias de Julia, y aquel enlace, luego se vió que no habian sido más que unas prendas falaces y sospechosas de una sociedad formada en provecho comun; sin que hubiera entrado en ella, ni por la más mínima parte, la verdadera amistad.

Luego que la llanura de Farsalia ae llenó de hombres, de caballos y de armas, y que de una y otra parte se die-