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Plutarco.—Las vidas paralelas.

biendo conocido al punto á Pompeyo, como le habia visto entre sueños, dándose una palmada en la cabeza, mandó á los marineros que ecbaran el bote, y alargando la diestra, llamaba á Pompeyo, conjeturando ya por la disposicion en que le veia la terrible mudanza de su suerte. Así, sin aguardar súplicas ni otra palabra alguna, recogiéndole, y á los que con él venian, que eran los dos Lentulos y Fabonio, se bizo al mar; y babiendo visto al cabo de poco al rey Deyotaro, que por tierra venía hácia ellos, tambien le recibieron. Llegó la hora de la cena, la que dispuso el maestre de la nave con lo que á mano tenía; y viendo Fabonio que Pompeyo por falta de sirvientes habia empezado á lavarse á sí mismo, corrió á él, y le ayudó á lavarse y ungirse; y de allí en adelante continuó ungiéndole y sirviéndole en todo lo que los esclavos á sus amos, hasta lavarle los piés y aparejarle la comida; tanto, que alguno, al ver la naturalidad, la sencillez y pronta voluntad con que se bacian aquellos oficios, no pudo menos de exclamar:

¡Cómo todo está bien al hombre grande! (1).

Navegando de esta manera á Anfipolis, pasó desde allí á Mitilene, con el objeto de recoger á Cornelia y á su hijo.

Luego que tocó en la orilla de la isla, mandó á la ciudad un mensajero, no cual Cornelia esperaba, segun las noticias que lisonjeramente le habian anticipado y se le habian escrito, dándole á entender que lerminada la guerra en Dirraquio, no le quedaba á Pompeyo otra cosa que hacer que seguir el alcance á César. Entretenida con estas esperanzas, la sorprendió el mensajero, que ni siquiera tuvo fuerzas para saludarla, sino que dándola á entender con aus lágrimas más que con palabras lo grande y excesivo de aquella calamidad, le dijo que se apresurase si quería (1) Vereo de Euripides.