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SILA.

los enfadados; por lo que le mandó que tuviese ánimo y tomase las alhajas como que el Dios las daba contento. De las demas cosas traidas pudieron no tener noticia muchos de los Griegos, pero como la tinaja de plata, que era lo que quedaba de las alhajas del Rey, no pudiese acomodarse en una acémila, fué preciso hacerla pedazos; lo que excitó en los Anfictuones la memoria ya de Flaminio y Mario Acilio, y ya de Emilio Paulo, de los cuales aquél arrojó á Antioco de la Grecia, y éstos vencieron en batalla á los reyes de Macedonia; y con todo, no sólo no tocaron á los templos de los Griegos, sino que les hicieron grandes dones, y les prestaron el mayor honor y veneracion. Y es que aquellos mandaban conforme á las leyes á hombres sobrios y que sabian prestar en silencio sus manos á los jefes; y como éstos fuesen régios en los ánimos, pero muy moderados en toda su conducta, no hacían más gastos que los precisos y que les estaban asignados, teniendo por mayor afrenta adular á sus suldados que temer á los enemigos. Mas los generales de esta era, habiendo adquirido la autoridad más por la fuerza y la violencia que por la virtud, y leniendo necesidad de las armas más bien unos contra otros que contra los enemigos, se veian precisados á hacerse populares en el mismo mando de las armas, y á tener que gastar en regalos para los soldados, comprando sus trabajos militares, y haciendo venal puede decirse que la patria toda, y á si mismos esclavos de los más ruines, á trueque de mandar a los mejores. Esto fué lo que arrojó de la ciudad á Mario, y lo que despues volvió a traerle contra Sita; y esto fué lo que respectivamente hizo á Cina matador de Octavio, y á Fimbria matador de Flaco. Pues á ninguno fué inferior Sila en estas malas artes, disipando el dinero para corromper y atraer á los que estaban bajo el imperio de otros, y para contentar á los que él mandaba: con lo cual, habiendo de sobornar á los unos para que fuesen traidores, y dar cebo á los otros para sus vicios, tenía ne-