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SILA.

parte, que es bien escasa, se mezcla con el Cefiso en aquel punto donde la laguna produce la caña de flautas.

Estando acampados muy cerca unos de otros, Arquelao se mantenia en quietud; pero Sila se dedicó á abrir fosos de uno y otro lado, con el objeto de cortar á los enemigos, si le era posible, los lugares seguros y á propósito para la caballeria, y estrecharlos hácia las lagunas. No lo sufrieron éstos, sino que saliendo con ardor y en tropel luégo que los generales se lo permitieron, no sólo se dispersaron los que con Sila se hallaban en los trabajos, sino que tambien se conmovieron y dieron á huir parte de los que estaban sobre las armas. Entónces Sila, apeándose del caballo y tomando una insignia, corrió por entre los que huian contra los enemigos, diciendo á voces: «A mí me es glorioso, oh Romanos, morir en este sitio: vosotros, á los que os pregunten dónde abandonasteis á vuestro emperador, acordaos de responderles que en Orcomene.» Esta voz los contuvo, y como dos cohortes de las del ala derecha se adelantasen á apoyarle, con ellas rechazó á los enemigos.

Retrocedió luego con ellas un poco, y dándoles un refresco, volvió otra vez al trabajo de abrir foso delante del real de los enemigos. Volvieron éstos tambien á acometer en más órden que antes; y Diógenes, hijo de la mujer de Arquelao, peleando en el ala derecha, pereció con gloria. Los arqueros, como oprimidos de los Romanos no tuviesen retirada, tomando muchos dardos en la mano, é hiriendo con ellos como con unas espadas, procuraban defenderse: al fin, encerrados en su campo, á causa de las muertes y heridas, pasaron congojosamente la noche. Al dia siguiente otra vez sacó Sila los soldados á la obra del foso, y como los enemigos saliesen en gran número como para batalla, arrojándose sobre ellos, los rechazó, y no quedando ninguno que hiciese frente, tomó á viva fuerza el campamento. Lienaron los muertos de sangre las lagunas y de cadáveres todo el terreno pantanoso, tanto, que áun ahora se en-