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Plutarco.—Las vidas paralelas.

maba; de lo que indignado Sila: «¿Qué es lo que decis? les preguntó: Mitridates se opone á lo de la Palagonia, y del todo se niega en cuanto á las naves, cuando yo creia que me haria adoraciones si le dejaba aquella diestra con la que á tantos Romanos ha dado muerte? Bien pronto será otro su lenguaje en pasando yo al Asia: ¡está muy bien que ahora descansando en Pérgamo dirija una guerra que hasta el día no ha presenciado!» Intimidados los embajadores, guardaron silencio; pero Arquelao hizo ruegos á Sila, y sosegó su enojo, tomándole la diestra y derramando lágrimas. Persuadióle, finalmente, á que le enviase á él mismo á Mitridates, porque ó haria la paz con las condiciones que queria, ó si no lo alcanzaba se daria á sí mismo la muerte. Mandándole, pues, bajo estos supuestos, invadió la Media, y habiéndolo talado todo, dió la vuelta á la Macedonia, y en Filipos recibió á Arquelao, que le participó estar todo negociado á satisfaccion; pero que Mitridates deseaba con ánsia venir á tratar con él: siendo de ello la principal causa Fimbria, que habiendo dado muerte á Flaco, cónsul del otro partido, y vencido á los generales del Rey, marchaba ya contra el mismo. Este temor era el que principalmente obligaba á Mitridates á preferir el hacerse amigo de Sila.

Juntáronse en Dardano de la Troade, teniendo consigo Mitridates doscientas naves armadas, cuarenta mil infantes, seis mil caballos y gran número de carros falcados; y Sila cuatro cohortes y doscientos caballos. Vinose hácia él Mitridates alargándole la mano; pero Sila le preguntó si daba por terminada la guerra bajo las condiciones convenidas con Arquelao; y como el Rey callase, «pues de los que tienen que pedir, continuó Sila, es el hablar los primeros:

los vencedores con callar hacen bastante.» Comenzó entónces Mitridates á hacer su apología, echando la culpa de la guerra ya á algun mal genio, y ya á los mismos Romanos; mas interrumpióle Sila diciendo, que ya ántes habia oido á