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Timoleon.

extranjeros; en el centro tomando él mismo á los Siracusanos y lo más escogido de los estipendiarios, se paró por un breve instante para notar las operaciones de la caballería; mas viendo que los carros que discurrian delante de las filas no la dejaban venir á las manos con los Cartagines, sino que muchas veces para no desordenarse la precisaban á hacer rodeos y á dar en esta forma frecuentes acometidas, embrazando el escudo y gritando á los infantes que le siguiesen con denuedo, pareció que su voz fué mucho más fuerte y penetrante que lo ordinario: bien fuese porque en aquel conflicto y con aquel calor se acrecentase efectivamente la voz, ó porque algun Genio, segun entonces lo creyeron muchos, le ayudase á gritar y gritase con él. Contestando aquellos inmediatamente al grito, y pidiéndole que los guiase y no se detuviese, hizo señal á la caballería para que acometiese por fuera de la línea de los carros, y cargara por el ala á los enemigos; y él, cerrando la vanguardia, que se cubrió con los escudos, y dando órden de tocar á los trompetas, marchó para los Carlagineses.

Sostuvieron éstos con valor el primer encuentro, y con tener defendido el cuerpo con corazas de hierro y morriones de bronce y oponer unos anchos escudos, pudieron esquivar los golpes de lanza. Mas cuando la pelea vino á las espadas, obra ya no menos de la destreza que de la pujanza, repentinamente empezaron á desprenderse de los montes terribles truenos y encendidos relámpagos; y descendiendo al lugar de la contienda la nube desde los collados y alturas, trayendo consigo lluvia, viento y granizo, á los Griegos les daba por detras y á la espalda, mas á los bárbaros hertales en la cara y deslumbrábales la vista, siendo continua la lluvia borrascosa y las llamaradas que partian de las nubes: cosas que de mil maneras afligiao, especialmente á los bisoños. Incomodaba tambien no ménos que los truenos el ruido de las armas, heridas de la