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ARÍSTIDES.

Dueño, pues, de tan considerable autoridad, y teniendo en cierta manera él solo en su mano los intereses de la Grecia, si pobre salió á ejercer este cargo, volvió más pobre todavía, habiendo hecho la descripcion de las riquezas, no sólo con pureza y justicia, sino á la satisfaccion y gusto de todos. Por tanto, así como los antiguos celebraban la vida del reinado de Salurno, de la misma manera los Griegos tenian en memoria y loor el repartimiento de Arístides, y más cuando al cabo de poco tiempo se les duplicó y triplicó el tributo: porque el que les impuso Arislides, sólo ascendia á la suma de cuatrocientos y sesenta talentos; y á ella añadió Pericles muy cerca de un tercio: pues dice Tucidides que al principio de la guerra del Peloponeso, percibian los Atenienses de los aliados seiscientos talontos. Muerto Pericles, los demagogos fueron extendiendo poco a poco esta cantidad hasta la suma de mil y trescientos talentos, no tanto porque la duracion y los varios su cesos de la guerra ocasionaban crecidos gastos, como porque metieron al pueblo en hacer distribuciones en dinero, en dar para los espectáculos, y en acumular estatuas y edificar templos. Siendo, pues, grande y admirable la fama de Aristides por el repartimiento de los tributos, se cuenta de Temistocles que se burlaba de ella, diciendo que semejante alabanza, más que de un hombre, era propia de un talego de guardar dinero: vengándose de este modo, aunque por diferente término, de cierta picante respuesta de Aristides, porque diciendo en una ocasion Temistocles que la dote mayor de un general era el prevenir y antever los designios de los enemigos, le contestó: «Bien es necesario esto, oh Temistocles; pero lo más esencial y más loable en el que manda, es poner ley á las manos.» Sujetó Arístides con juramento á los demas Griegos, y él mismo juró por los Atenienses, apagando bierros candentes en el mar en seguida de las imprecaciones; mas al