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PIRRO.

sonte sin inquietudes, y vivir en paz gobernando su propio reino; pero para él el no causar daño á otros ni recibirle de ellos á su vez era un tormento; y en cuanto al reposo le sucedía como á Aquiles, Que en él su corazon se consumia Allí encerrado; y todo su deseo Eran las huestes y la cruda guerra.

Aspirando, pues, á ella, tuvo para entrar en nuevas empresas la ocasion siguiente: hacian los Romanos la guerra á los Tarentinos; y éstos no pudiendo ni hacer frente á ella ni ponerle término, por el acaloramiento y malignidad de sus demagogos, acordaron nombrar por su general y hacer tomar parte en esta guerra á Pirro, el ménos distraido entonces entre los reyes, y el más aguerrido de todos los capitanes. De los ancianos y los hombres de juicio algunos se opusieron á esta resolucion; pero tuvieron que ceder á la gritería y alboroto de la muchedumbre; y otros, en vista de esto, desertaron de las juntas. llabia un hombre moderado llamado Meton, y éste, llegado el dia en que habia de confirmarse el decreto, cuando ya el pueblo estaba congregado, tomando una corona de la noche anterior y un farol, como si estuviese beodo, se dirigió acompañado de una tañedora de flauta á la junta del pueblo.

Allí, como sucede en tales juntas populares, no habiendo orden alguno, los unos al veric empezaron á dar gritos, los otros se reian, y nadie le oponia estorbo, y ántes bien algunos decian que la mujer tocase, y que él pasando adelante cantase, lo que parecía iba á ejecutar: impuesto, pues, silencio: «Tarentinos, les dijo, haceis muy bien en divertiros y en regalaros mientras os es permitido, sin poner obstáculos á quien de ello guste: por tanto, si leneis juicio gozareis ahora de vuestra libertad, como que otros negocios, otra vida y otra diela os esperan luego