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Plutarco.—Las vidas paralelas.

que Pirro llegue á la ciudad.» Logró con estas cosas persuadir á la mayor parte de los Tarentinos, y por toda la junta corrió el murmullo de que decía muy bien; pero los que temian á los Romanos, y el ser entregados á ellos si se hacía la paz, afrentaban al pueblo porque se dejaba burlar y escarnecer tan vergonzosamente, con lo que bi cieron salir de allí á Meton. Confirmado de esta manera el decreto, enviaron embajadores al Epiro, que llevaron presentes á Pirro, no sólo de su parte, sino de los demas de Italia, y manifestaron que lo que necesitaban era un general experto y acreditado. Tenian además grandes fuerzas del país de los Lucanos, Mesapios, Samnites y Tarentinos hasta veinte mil caballos, y de infantes en todo trescientos y cincuenta mil hombres: cosas que no sólo inflamaron á Pirro, sino que á los mismos Epirotas les inspiraron deseos y empeño por ser de la expedicion. Vivia en aquella época un Tesaliano llamado Cineas, hombre de bastante prudencia y juicio, que habia sido discípulo de Demóstenes el orador, y que sólo entre los oradores de su tiempo representaba como en imágen á los que le oian la fuerza y vehemencia de éste. Estaba en compañía de Pirro, y enviado por él á las ciudades, confirmaba el dicho de Eurípides de que la palabra lo vence todo, E iguala en fuerza al enemigo acero.

Asl solia decir Pirro que más ciudades habia adquirido por los discursos de Cineas que por sus armas; y siempre le honraba y se valía de él con preferencia entre los demas.

Cineas, pues, como viese á Pirro acalorado con la iden de marchar á la Italia, en ocasion de hallarle desocupado le movió esta conversacion: «Dieese, oh Pirro, que los Romanos son guerreros, é imperan á muchas naciones belicosas: por tanto, si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto sacaríamos de esta victoria? Y que Pirro le respondió: