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Plutarco.—Las vidas paralelas.

venian de la parte opuesta; y por más que les gritaba que retrocediesen, no le oian; y áun á los que estaban prontos á ejecutarlo, los atropellaban en sentido contrario los que de frente continuaban entrando por la puerta. Agregábase que el mayor de los elefantes, atravesado y rugiendo en esta, era nuevo estorbo para los que querian salir; y otro de los que habian entrado, al que se había dado el nombre de Nicon, procurando recoger á su conductor, á quien las heridas recibidas habian hecho caer, volvia tambien atras, contrapuesto á los que buscaban salida, y con su atropeItamiento mezcló y confundió á amigos y enemigos, chocando unos con otros. Despues, cuando hallándole muerto, le alzó con la trompa y le aseguró con los colmillos, al volver trastorno de nuevo, y destrozó como furioso á cuantos encontró al paso. Apretados y estrechados de esta manera entre sí, ninguno podia valerse ni áun á sí mismo; sino que como si se hubieran pegado en un solo cuerpo, así toda aquella muchedumbre sufria infinidad de impresiones y mudanzas por ambos extremos: pocos eran, pues, los combates que podia haber con los enemigos, bien estuvieran al frente ó bien á la espalda, y los propios de unos á otros se causaban mucho daño; porque si alguno desenvainaba la espada ó inclinaba la lanza, no habia modo de retirarla ó envainarla otra vez, sino que ofendia á quien se presentaba, y heridos unos de otros recibian la muerte.

Pirro, en vista de semejante borrasca y tempestad, quitándose la corona con que estaba adornado su yelmo, la entregó á uno de sus amigos; y fiado de su caballo, arremelió á los enemigos que le perseguian; y habiendo sido lastimado en el pecho de una lanzada, aunque la herida no fué grave ni de cuidado, revolvió contra el autor de ella, que era Argivo, no de los principales, sino hijo de una mujer anciana y pobre. Era esta espectadora del combate, como las demas mujeres, desde un tejado, y cuando advirtió que su hijo las habia con Pirro, conmovida con el