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CAYO MARIO.

empo la vista de aquellos objetos espantosos se los hiiera llevadoros; porque creia que la novedad acrecienta n terror falso á las cosas propias de suyo para inspirar mieo, y que la costumbre quita la admiracion y asombro áun e aquellos objetos naturalmente terribles. Y aquí, no solo á vista iba quitando continuamente algo del asombro, sino que con las amenazas y la insufrible altanería de los báraros la ira les encendía y abrasaba los ánimos, por cuano los enemigos, no contentos con atropellar y asolar cuano habia alrededor, acometían á veces el campamento con grande arrojo y desvergüenza; tanto, que se dió á Mario cuenta de estas voces y quejas de los soldados: «¿por qué cobardía nuestra nos castiga Mario prohibiéndonos con llaves y porteros como á unas mujeres el venir á las manos con los enemigos? Ea, pues, echándola de hombres libres, preguntémosle si es que espera otros que vengan á pelear por la Italia, y de nosotros piensa valerse siempre como de unos criados cuando haya que abrir canales, que quitar barro, y que mudar el curso de algun rio; pues parece que para estas cosas nos ejercita con contínuas fatigas, y que estas son las obras consulares de que piensa bacer á su vuelta ostentacion ante los ciudadanos. ¿Teme por ventura los desgraciados casos de Carbon y Cepion, que fueron vencidos de los enemigos por ser ellos muy inferiores á Mario en virtad y en gloria, y por mandar un ejército que estaba muy distante de valer lo que este? y en fin, de más honor en sufrir algun descalabro, haciendo algo, que ser tranquilos espectadores de la ruina de nuestros aliados.» Cuando Mario oyó estas cosas, sirviéroule de placer, y trató de sosegar á los soldados diciéndoles que de ningun modo desconfiaba de ellos, sino que guiado de ciertos oráculos aguardaba el tiempo y lugar oportunos para la victoria.

Porque llevaba en su compañía en litera con cierto respeto á una mujer de Siria llamada Marta, que se decía era