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Marcio Cayo Coriolano.

los encuentros y batallas sostenidos por la patria. La última de éstas había sido con los Sabinos, para la cual los ricos habian ofrecido ser en adelante más moderados, y el Senado habia designado al cónsul Marco Valerio por fiador de esta promesa. Mas como despues de haber peleado denodadamente en esta batalla, y haber vencido á los enemigos, en nada ballasen más equitativos á los logreros, ni el Senado diese muestras de acordarse de lo que estaba convenido, sino que ánles viese con indiferencia que los atropellaban y encadenaban, susciláronse en la ciudad grandes y temibles alborotos. Venida á noticia de los enemigos esta inquietud de la plebe, no se descuidaron en invadir á yerro y fuego la comarca; y aunque los cónsules dieron la órden de tomar las armas á todos los que se hallaban en la edad designada, nadie la obedeció. Dividiéronse con esto otra vez los pareceres de los que servian las magistraturas, siendo unos de dictámen de que se condescendiera con los pobres y se relajara el nimio rigor de las leyes, y opinando otros muy al contrario, de cuyo número era Marcio, el cual no daba por cierto gran valor á . los intereses; pero clamaba por que se contuviera y apagara aquel principio y tentativa de insulto y osadia de una muchedumbre insubordinada á las leyes.

Celebráronse sobre esto frecuentes Senados, y como en ellos nada se concluyese, sublevándose de repente los pobres, y excitándose unos á otros, abandonaron la ciudad, y se retiraron al monte que ahora se llama Sacro, fijándose junto al rio Aniene, sin cometer acto alguno de violencia ó sedicion, y grilando solamente ser antiguo en los ricos el estarlos arrojando de la ciudad, y que para el aire, el agua y algunos piés de tiorra en que sepultarse, esto por todas partes se lo suministraria la Italia, que era lo único que disfrutaban con habitar en Roma, fuera del recibir heridas y la muerte peleando á favor de los ricos. Llenó esta ocurrencia de recelo al Senado, que por tanto les mandó