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Plutarco.—Las vidas paralelas.

Vercingentorix, tomó las armas más hermosas que tenia, enjaezó ricamente su caballo, y saliendo en él por las puertas, dió una vuelta alrededor de César, que se hallaba sentado; apeóse despues, y arrojando al suelo la armadura, se sentó á los piés de César, y se mantuvo inmoble, basta que se le mandó llevar y poner en custodia para el triunfo.

Tenia ya César meditado tiempo habia acabar con Pompeyo, como éste sin duda acabar con aquél: porque muerto á manos de los Partos Craso, que era el antagonista de entrambos, sólo le restaba al que aspiraba á ser el mayor, el quitar de delante al que lo era, y á éste, para no verse en semejante caso, el adelantarse á acabar con aquel de quien podia temer. Este temor era reciente en Pompeyo; que antes apénas hacía caso de César, no teniendo por obra dificil el abatir á aquel á quien él mismo babia elevado. Mas César, que desde el principio habia echado estas cuentas acerca de sus rivales, á manera de un atleta se puso, basta que fuese tiempo, léjos de la arena, ejercitándose en las guerras de la Galia; examinó su poder, aumentó con obras su gloria hasta ponerse á la altura de los brillantes triunfos de Pompeyo; y estuvo en acecho de motivos y pretextos, que no le faltaron, facilitándolos ora Pompeyo, ora las ocasiones, y ora el mal gobierno de Roma, que llegó á punto de que los que pedian las magistraturas pusiesen mesas en medio de la plaza para comprar descaradamente á la muchedumbre, y el pueblo asalariado se presentaba á contender por el que lo pagaba, no sólo con las tablas de votar, sino con arcos, con espadas y con hondas. Decidiéronse las votaciones no pocas veces con sangre y con cadáveres; profanando la tribuna, y dejando en anarquía á la ciudad, como nave á quien falta quien la gobierne: de manera que los hombres de juicio tenian á buena dicha el que en tanto desconcierto y en tan deshecha borrasca no padeciesen los negocios públicos