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CAYO JULIO CÉSAR.

algunos arrojaron coronas sobre él, como se derraman flores sobre un atleta. Otro tribuno de la plebe, Antonio, mostró á la muchedumbre una carta que habia recibido de César sobre este mismo objeto, y la leyó, á pesar de la oposicion de los cónsules. Mas en el Senado, Escipion, suegro de Pompeyo, abrió este dictámen: que si para el dia que se prefjara no deponia César la armas, se le declarara enemigo público. Preguntando, pues, los cónsules si les parecia que Pompeyo depusiera las armas, y las depusiera César, aquella parte tuvo pocos votos, y ésta todos, á excepcion de muy pocos; mas insistiendo de nuevo Antonio en que ambos hicieran dimision de todo mando, á esta sentencia se arrimaron todos con unanimidad; pero instando Escipion, y gritando el cónsul Léntulo que contra un ladron lo que se necesitaba eran armas y no volos, se disolvió el Senado; y á causa de esta sedicion mudaron vestidos como en un duelo público.

Vinieron en esto cartas de César que le acreditaban de moderado; porque pedía que dejando todo lo demas de sus antiguas provincias, se le diera la Galia Cisalpina y el lli—rico con dos legiones hasta pedir el segundo consulado; y Ciceron el orador, que ya habia vuelto de la Cilicia y andaba en transacciones, ablandó á Pompeyo hasta el punto de venir en todo lo demas, excepto en el artículo de los soldados; y el mismo Ciceron alcanzó de los amigos de César que cediesen hasta responder de que aquél se contentaria con las provincias expresadas y con solos seis mil soldados. Aun á esto se dobló y accedió Pompeyo; pero Léntulo, usando de su autoridad de consul, no lo permitió, sino que llenando de improperios á Antonio y á Casio, los expelió ignominiosamente del Senado, proporcionando á César el más plausible prelexto que pudiera desear, y del que se valió principalmente para inflamar á los soldados, poniéndolos á la vista que varones tan principales y adornados de mando habian tenido que huir en carros alquila-