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CAYO JULIO CÉSAR.

César, volviendo á colocar las estatuas de Pompeyo, habia asegurado las suyas. Instábanle los amigos para que tuviera una guardia, y algunos se ofrecian á ser de ella; pero jamás convino en tal pensamiento, diciendo que más vale morir una vez que estarlo temiendo siempre. Para adelantar en benevolencia, que en su concepto era la mejor y más segura guardia, volvió otra vez á querer ganar al pueblo con banquetes y distribucion de granos, y á los soldados con establecimientos de colonias, de las cuales fueron las más señaladas Cartago y Corinto; habiendo hecho la casualidad que en cuanto á estas dos ciudades coincidiesen el tiempo de su ruina y el de su restauracion.

De los ciudadanos más principales, á unos les ofreció consulados y preturas para lo venidero; á otros los acalló con algunos otros honores y dignidades; y á todos les hizo concebir esperanzas, para hacerles creer que si les mandaba era porque así lo querian: en términos, que habiendo muerto el cónsul Máximo, para un solo dia que restaba del año hizo nombrar cónsul á Caninio Rebilo; y como muchos fuesen á darle el parabien y acompañarle: «Apresurémonos, dijo Ciceron, á hacer estos cumplidos, ántes que se nos anticipe á salir del consulado.» Sus continuadas victorias no fueron parte para que su grandeza de ánimo y su ambicion se contentaran con disfrutar de lo ya alcanzado; sino que siendo un incentivo y aliciente para lo futuro, produjeron designios de mayores empresas, y el amor de una gloria nueva, como que ya se había saciado de la presente; así, su pasion no era entonces otra cosa que una emulacion consigo mismo, como pudiera ser con otro, y una contienda de sus hazañas futuras con las anteriormente ejecutadas. Meditaba, pues, y preparaba hacer la guerra á los Partos, y vencidos éstos por la Hircania, rodeando el mar Caspio y el Cáucaso, pasar al Ponto, é invadir la Escitia; y recorriendo luego las regiones vecinas á la Germania, y la Germania misma, por las Galias volver á Italia, y cerTOMO IV.

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