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CAYO JULIO CÉSAR.

la muchedambre á la libertad, y abrazando á los que de los principales ciudadanos encontraban al paso. Algunos hubo que se juntaron é incorporaron con ellos, y como si hubieran tenido parte en la accion querian arrogarse la gloria, de cuyo número fueron Cayo Octavio y Léntulo Espinter. Estos pagaron más adelante la pena de su jactancia muertos de órden de Antonio y de Octavio César, sin haber gozado de la gloria porque morian; pues que nadie los habia creido, y los mismos que los castigaron no tomaron venganza del hecho, sino de la voluntad. Al dia siguiente bajaron del Capitolio Bruto y los demas conjurados; y habiendo hablado al pueblo, éste escuchó lo que se le decia sin mostrar que improbaba ni aprobaba lo hecho; sino que se veia en su inmovilidad que compadecia á César y respetaba á Bruto. El Senado, despues de haber publicado ciertas amnistías y convenios en favor de todos, decretó que á César se le reverenciara como á un Dios, y que no se hiciera ni la menor alteracion en lo que habia ordenado durante su mando. A los conjurados les distribuyó las provincías, y les dispensó los honores correspondientes: de manera que todos creyeron haber tomado la república consistecia y haber tenido las alteraciones el término más próspero y feliz.

Abrióse el testamento de César, y se encontró que á cada uno de los ciudadanos romanos dejaba un legado de bas tante entidad: con esto, y con haber visto el cadáver cuando lo pasaban por la plaza despedazado con tantas heridas, ya la muchedumbre no guardó órden ni concierto, sino que recogiendo por la plaza escaños, celosías y mesas, hicieron una hoguera y poniendo sobre ella el cadáver lo quemaron, Tomaron despues tizones encendidos y fueron corriendo á dar fuego á las casas de los matadores. Otros recorrieron toda la ciudad en busca de éstos para echarles mano y hacerlos pedazos; mas no dieron con ninguno de ellos, sino que todos estaban bien resguardados y defendidos.