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CATON EL MENOR.

dido la república, viendo que la ambicion del mando nos sigue hasta el borde del precipicio?» Noticiósele á este tiempo que la caballería iba á partir, llevándose como despojos los bienes de los Uticenses, y dirigiéndose precipitadamente á ella, quitó aquellos efectos de las manos á los primeros que encontró, con lo que ya los demas se dieron priesa á arrojar lo que cada uno llevaba, y todos de vergüenza continuaron su marcha sin rebullirse y mirando al suelo. Caton, congregando dentro de la ciudad á los Uticenses, les pidió, en favor de los trescientos, que no irritasen á César contra ellos, sino que mutuamente se procuraran la salud. Volviendo otra vez á la puerta del mar, estuvo mirando los que se embarcaban, y obsequió y acompañó á los amigos y huéspedes de quienes pudo recelar que marcharan. Al hijo no le propuso que se embarcase, ni creyó que sería puesto en razon que se separase del padre. Había un tal Estatilio, hombre de pocos años todavia, pero que aspiraba á tener una grande entereza de ánimo, y queria imitar la impasibilidad de Caton.

Deseaba, pues, que éste tambien marchase, porque era de los que conocidamente aborrecian á César; y viendo que se resistia á ello, vuelto Caton á mirar á Apolonides el Estoico y á Demetrio el Peripatético: «Obra vuestra ha de ser, les dijo, el desinflamar á este hinchado, y amoldarle á lo que conviene.» Continuó despues en despedir á los demas, dando dinero á los que lo habian menester; y en esto pasó aquella noche y la mayor parte del dia siguiente.

Lucio César, deudo del otro César, estando para partir por diputado de los trescientos, rogaba á Caton que le formase un discurso elocuente para hacer uso de él en su comision á favor de aquéllos; «porque en cuanto á tí, le dijo, me parece que debo tomar las manos de César, y arrojarme á sus piés;» pero Caton no permitió hiciera semejante cosa; «pues si yo quisiera, le dijo, que mi salud